Varituan Minuo es un sello independiente creado en Bs. As. x Luvi Torres. Edita, diseña y distribuye libros, discos, y otros singulares experimentos.

#3: la casa sola

poesía, prosa poética + fotografía, Luvi Torres 2008/2009




*

la casa sola


La casa sola no tiene frío.

Las partes rotas del cielo

se juntan en mi tórax,

la tierra me reclama,


la lluvia, los truenos.




Pero la casa muda

no tiene ruidos.


Estoy afuera


cantando el gris

con las palomas.





*

inseguridad


Después de caminar por horas, circundando nada más que ese hospicio, la estupidez del delirio –porque hacía frío y ya estaba moqueando y a veces uno hace cosas que son innecesarias, como tal: caminar por horas con motivo ninguno, tan sólo por pasear a la tristeza, siquiera tratar de resolver o pensar en algo en particular-,

me detuve, ante una plaza. Quería verde, quería aire, quería tierra saludable, caprichosamente, como para sanarme.

Cómo poder sanar mi corazón accidentado.

Sin embargo, unas 20 cuadras hasta Libertador y otras tantísimas sobre la misma me llevarían a ese símil bosque arquitectónico, vacío de furia pese a los autos y las luces que corrían veloces; tropecé con la nada.

Ni un francotirador, ni un honorable linyera, ni un violador, acaso, podrían acosarme, y siendo así, ya no me importaba en lo más mínimo.

Ansiaba recostarme en algún lugar, debajo de algún árbol de savia, de algún sauce llorón que me llorara más que yo a él, algún quebracho. El vacío, verde vacío, verde instancia del tremor, del camino, se prestaba a mi miseria sin aquejas ni exclamatorias.

Me adentré en la plaza, como por inercia, una pluma impulsada por el viento. Pero dudé, como dudo siempre. Delay… delay. Dudé acerca de la hora, de la actual inseguridad en Argentina, de la crueldad que a veces tiene Buenos Aires cuando desertás toda vulnerabilidad por sus callecitas penumbrosas, sin un mango, con curvas apenas evidentes lo suficiente, vaya uno a saber si el corazón que le duele y la mente en blanco, absorta,

estúpida.

Entré a la plaza fría, dudé, pero entré, cada vez más inerte, cada vez más plumífera. Delay, delay, delay, delay. Di un par de vueltas asegurándome de que no corría al menos tanto peligro: 3am, sujeto de sexo aparentemente femenino se interna en el predio inhóspito de la ciudad de Buenos Aires, tierra de nadie; sujeto indivisible tentado a la porción de metros cuadrados, alegoría del paraíso todo terreno, todo natura.

Invisible era yo.

Y eso que podían mirarme, pero mirarme, verme no.

Sí, entré, crucé los pastos húmedos, giré algunos arbustos y obstáculos penosos, corrí, apretujé las piedras de granito y me hice oir ante los pájaros yacientes y otras criaturas escondidas ya despiertas, sin duda,

seguramente, salvajes.

Alguien entraba a la isla, a la porción de tierra casi suspendida en el tiempo y en el aire, alguien, quizá, no era bienvenido; quien osaba ser parte de ese mundo vacío, quieto, mundo aparte.

Ya en el centro no se escuchaban los autos. El centro de una plaza de capital y sin embargo el silencio fue tan grande que sentí que me apretaban los oídos hasta la médula. Mi corazón se corría, palpitaba como podía

150 martillazos, 125 grillos y quién sabe cuantos seres me vieron objeto de presa.

Corrí unas cuentas veces, claro. Ahí adentro era literalmente dentro. Sentía, además de mi molesta soledad, la imposibilidad de una vuelta atrás: 3.10am nadie ayudaría a extraño sujeto aparentemente de sexo femenino, internado en el predio de una plaza oscura de Buenos Aires.

Fui rondando, casi como un perro buscando un lugar en donde echarse, lugar donde me quedaría por el resto de la noche, pese a los riesgos y el frío.

Los sentidos se me agudizaban en tanto recorría la plaza, siempre la mismísima ida en sí misma, en mí juntando innecesarios, inconvenientes. Una pluma, una hoja marchita devuelta caprichosamente a la rama del árbol.

Y seguía sin tener un motivo claro.

Me quedaría un rato, pero eso sí, constaba que el césped tenía que estar entero, corto y reluciente; que el árbol tenía que ser lindo y al menos demostrar algún indicio de sabiduría,

así sublimar algún problema mío pudiera darse al diálogo ameno, y al menos, un poquito más de luz que en esas arboledas sombrías, de las que no saldría viva de seguro si me animaba a quedarme ese ratito más.

Luego de más vueltas en falso me quedé no tan convencida de un rincón, pero como un buen can, harto de buscar y de correr al auto veloz, me tiré al pasto ya sin la duda, y reposé herida, carnada del cielo inmenso,

tan inmenso que abominable.

El cielo me comía y allá estaban las articulaciones y desarticulaciones de mi vida entera. La astrología, de hecho, se basa en el estudio de los planetas para el estudio de los hechos incidentes en nuestra vida, de hecho, características de las personas. Y ahí estaba yo, mirando mi carta astral sin poder descifrarla todavía, sin poder divisar las causas y las consecuencias de todo esto. De por qué mierda me entregaba al temple de una plaza en Buenos Aires, a las 3 de la mañana, con 5º bajo cero de sensación térmica, antes y después de caminar sin razón gruesa durante 3hs. seguidas.

Apenas alguna lágrima, y la pena ciega, la pena muda.

La pluma, la inercia, la bruma.

Tenía dudas acerca de mi existencia y precisamente, en ese momento, las dudas se incrementaban dado que las posibilidades de existir se agotaban en el adentro ese. Me interrumpió la curiosidad de uno de los grillos que circundaban mi cabeza, yo ya estampa del césped mojado.

¿Acaso los primeros pensamientos pudieron acercarlos? No sé, pero estaba él o ella queriendo entrar por mi oreja, y como yo ya he tenido el infortunio de que una araña marplatense curioseara en mis oídos, mejor dejé a la natura, y mi momento frustrado de conexión o desconexión con la tierra acaso entendimiento o superación de algún problema.

¿Problema? ¿Superación? ¿Entendimiento? Quería, como siempre,

irme a la mierda. Y ahí estaba, escapando de la plaza a las 3.30am, sujeto de sexo femenino, aparentemente apetecible, aparentemente en la pena, reincorporándose al mundo real, a los cursos de la vida en general, a los problemas como problemas, al dolor como dolor, a la calle como calle,

al reloj como reloj.

Caminé un poco más por los senderos del arquitecto Rufino y los cuidados de los vecinos con sus boletas y sus aportes. Bah.

Sacudí mi ropa y mi pelo de astillas con la sospecha de que quizá también algún bicho y seguí hasta la esquina en donde todo cambiaría finalmente su curso.

Afuera seguían los autos, la vuelta al ruido, algún que otro colgado como yo, sospechoso de sexo masculino, caminando a las 3, 4 de la mañana un día como hoy...

Seguí la vorágine, una vez más. Volví a entrar.

Si me gusta, siempre me gustó.

Y me acostumbro porque a tal punto lo disfruto,

la soledad y la desolación, el inrecuperable círculo de la confusión,

el hospicio,

sentirse carne de la nada, respirando vacío,

el silencio que oprimió mis oídos antes que el grillo pudiera... Sentir ese algo raro que te posee lo suficiente como para apartarte sobremanera de un

espacio/tiempo, de vos mismo,

de tus movimientos, de tu mente, de tu corazón que se congela.





Todo acto reflejo, todo acto seguido, todo acto frustrado encierra, nuestra mejor miseria, nuestra mejor verdad.



Y yo descubrí, a lo lejos, llena de frío, inconciencia y preciosidad,

a la casa sola.



Muy a lo lejos, en donde la tierra vira la luz

dentro de la oscuridad.





Me veía.

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